Presentación

La relación entre el mundo como “realidad social” y sus intentos de formalizarlo es problemática. Más cuando estos intentos forman parte de un área de estudio (las ciencias de la comunicación social) que tiene por objetivo estudiar o analizar este conjunto de relaciones sociales que suponen ser la “realidad”.
Así es que mediante el estudio y la lectura, muchas veces se traba relación con ciertos conceptos "teóricos" que se hace difícil vincular con "la realidad" que, se supone, les da vida.
Se llega entonces a falsas ideas: o estos conceptos en nada se corresponden con la llamada "realidad", o por el contrario, “la realidad” nada tiene que ver con sus intentos "formalizadores", que no es otra cosa que lo que los conceptos como herramientas teóricas intentan ser.
De este modo, se pierde la posibilidad de lograr un conocimiento menos incierto (descontando de por sí la totalidad) sobre el conjunto de relaciones sociales que la realidad supone ser.
La idea de este espacio es, precisamente, vincular algunos conceptos específicos tomados de las Ciencias de la Comunicación con casos prácticos de la vida cotidiana y los medios de comunicación, con la finalidad de que estos se transformen en herramientas reales de análisis práctico que permitan un mayor conocimiento sobre el mundo.

martes, 18 de mayo de 2010

Fetichismo, identidad y delito.


1.
La noción de fetichismo se encuentra estrechamente ligada al concepto de ideología y recibe sus mayores impulsos de dos teorías relativamente contemporáneas: el marxismo y el psicoanálisis.

La primera plantea estos términos en la famosa digresión sobre la mercancía en el Capital de Marx. Considerada como un objeto que no devela a simple vista sus verdaderos atributos, la mercancía se constituye así como algo que es más de lo que muestra. Lo que esconde tras su aparente disfraz deificado es el trabajo social requerido para su producción y bajo este análisis el marxismo establece una teoría sobre la ideología que la tiene como eje central:

“…los hombres no relacionan entre sí los productos de su trabajo como valores porque estos objetos les parezcan envolturas simplemente materiales de un trabajo humano igual. Es al revés. Al equiparar unos con otros en el cambio, como valores, sus diversos productos, lo que hacen es equiparar entre sí sus diversos trabajos, como modalidades del trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen. Por tanto, el valor no lleva escrito en la frente lo que es. Lejos de ello, convierte a todos los productos del trabajo en jeroglíficos sociales. Luego, vienen los hombres y se esfuerzan por descifrar el sentido de estos jeroglíficos, por descubrir el secreto de su propio producto social, pues es evidente que el concebir los objetos útiles como valores es obra suya, ni mas ni menos que el lenguaje” (Marx, 1980: 41).

En cuanto al psicoanálisis, podríamos decir que traslada el mismo razonamiento a una teoría del síntoma y, por ende, al discurso, que, según esta visión es la única manera de hacerlos presentes. Los escritos de Freud están continuamente atravesados por el problema de significantes que guardan más de lo que muestran, consecuencia de los procesos de condensación y desplazamiento. Es así que (en ambos casos) existe un desdoblamiento en cuanto a las cadenas significantes que pueden construirse en relación a un mismo objeto (es decir, significados “ocultos” o “segundas intenciones”, que van más allá de los “aparentes”). Estas cadenas estarían multideterminadas y tendrían que ver tanto con la historia social como individual del sujeto:

“Los primeros ensayos de aplicación de este procedimiento nos enseña que el objeto sobre el que hemos de concentrar nuestra atención no es el sueño en su totalidad, sino separadamente cada uno de los elementos de su contenido. Si a un paciente aún inexperimentado le preguntamos qué le ocurre con respecto a un sueño, no sabrá aprehender nada en su campo de visión espiritual. Tendremos, pues, que presentarle el sueño fragmentariamente, y entonces producirá, con relación a cada elemento, una serie de ocurrencias que podremos calificar de “segundas intenciones”…” (Freud, 1983: 410).

2.
A grandes rasgos podemos definir el fetichismo como la capacidad de un significante de ser investido por significados (“ocultos”) que a primera vista no son observables pero sí eficaces, es decir, cumplen una función importante en cuanto al mantenimiento de un “orden” o statu quo. En el caso del marxismo estos sistemas se ponen en juego al momento en que una clase intenta sostener un sistema de explotación sobre la otra, y en el caso del psicoanálisis en relación a una estructura inconsciente que opera sobre la vida de un sujeto determinando su conducta sin que éste pueda develar sus propios condicionamientos. En ambos casos, esto se hace posible porque existe un sistema (ideológico, inconsciente, etc.) que sume al sujeto bajo una supuesto “placer” o “comodidad”.

3.
Fetichismo e identidad.
Cualquier proceso de análisis identitario (en las interpretaciones que de alguna u otra manera están situadas dentro de las teorías surgidas a partir del fetichismo, la ideología y el inconsciente) plantea la búsqueda de las causas por las que a dos significantes se les atribuye alguna equivalencia, esto ya sea en el plano del lenguaje (es decir, la razones por las que una palabra remite a un referente particular), de la identidad personal (las causas porque un “nombre propio”, [Lacan, 2002], asocia un sujeto a una serie de características personales que definen su conducta y sus prácticas) o la identidad social (razones por las que un grupo de personas que se “agrupan” bajo un mismo nombre refieren y justifican en torno a este una serie de conductas, valores y prácticas particulares mediante las que se representan e identifican). De una u otra manera, lo que pretenden estas teorías es investigar lo que existe más allá de las formaciones identitarias y/o lo que las justifica. Es decir, buscar eso que permite articular los sentidos y cuál es la función que cumple esa articulación.

4.
Es cierto que cuando se analizan las identidades sociales, dentro de estas teorías existen diferentes interpretaciones.
a. En un extremo podríamos situar a las teorías idealistas o “simbólicas” para las que la identidad se forma en relación a un conjunto de ideas que dominan sobre otras y que lo único que las diferencia es el momento histórico que las determina y, en todo caso, quién tiene el poder de hacerlo.

b. En el extremo opuesto están las teorías materialistas para las que toda organización en torno a una identidad es funcional a intereses materiales u económicos no manifiestos, por lo que la identidad siempre estaría determinada por una “clase”, y los valores que la definen son siempre los funcionales a la misma.

Estos extremos, en primera instancia metodológicos, admiten lecturas intermedias que tienden a atenuar tanto un análisis extremadamente material como uno excesivamente idealista, pero ambas interpretaciones (principalmente las mas serias y analíticas) toman en cuenta las relaciones de poder que determinan estos anclajes.

5.
Tres análisis identitarios que podrían ponerse como ejemplos son los de Barth, Anderson y Wallerstein.

a. Si analizamos la concepción del primero con respecto a las identidades sociales observamos que su planteo propone una relación entre sujeto e identidad en la que ambos son parte del mismo universo simbólico. Esta relación se hace posible gracias a la importancia que cobran ciertos rasgos o valores en relación a un otro a partir del cual se pretende diferenciarse. Estos elementos o rasgos mediante los que se construye la identidad (“rasgos diacríticos” y “orientación de valores básicos”) pueden ser muy variados y mutar históricamente o “culturalmente”. La necesidad de la existencia, tanto de un nosotros como de un otro, que supone un límite, es en este caso lo determinante: no existe un tercer plano por fuera sobre el que esta relación se articule y que determine estas identidades. En este sentido, el mayor aporte de Barth resulta ser la inversión con respecto al límite en relación a las teorías esencialistas: a diferencia de estas últimas en que el límite es la barrera de toda identidad o aquello último en donde esta se diluye, este pasa a ser el fundamento y la necesidad. Es decir, sin límite no hay identidad.

“las distinciones étnicas no dependen de una ausencia de interacción y aceptación sociales; por el contrario, generalmente son el fundamento mismo sobre el cual están construidos los sistemas sociales que las contienen” (Barth, 1976: 10).


b. Anderson toma en cuenta esta inversión respecto al límite como posibilidad de existencia de toda identidad, pero a la vez intenta situarlo en relación a un sistema que trascienda las barreras puramente “simbólicas”. Este sitúa sus análisis en relación a las identidades nacionales ya que, según sus palabras, es el nacionalismo el modo de representación identitaria más importante desde la formación de los estados nación. Y a la vez intenta dar cuenta del lugar que esta tiene en relación a un sistema de poder que la articula:

“La nacionalidad (…) al igual que el nacionalismo, son artefactos culturales de una clase particular” (Anderson, 1993: 21).

Se centra en los mecanismos que posibilitan la construcción de estas “comunidades imaginadas” y el lugar que tiene el surgimiento del “capitalismo impreso”. La importancia de su análisis radica básicamente en la posibilidad que tiene un imaginario de articular una serie de diferencias bajo un manto ficcional homogéneo desplazando del mismo toda heterogeneidad que no se sitúe dentro de las “fronteras simbólicas” que hacen al grupo dominante. Pero mas allá de este primer esbozo, al no dar cuenta explícitamente sobre la relación que esta “comunidad imaginada” mantiene ni con una clase hegemónica ni con el sistema capitalista, ya que no profundiza en un análisis de clases, puede pensarse que sus observaciones no concluyen dentro de un planteo ni materialista ni simbólico. Es decir, se basa en la nacionalidad como un hecho necesario desde fines del siglo XVIII que una clase toma para sí como base sobre la cual se construye cualquier identidad social, pero no explicita en profundidad las necesidades que las promueven.

c. Podríamos decir que Immanuel Wallerstein se ubica en el extremo opuesto a la teoría de Barth. Mucho más cerca al materialismo clásico, para éste toda identidad que no ubique a los sujetos en relación a su “verdadera” situación con respecto a sus condiciones materiales (la posesión o no de los medios de producción) se transforma en una “falsa” identidad, funcional a la reproducción de lo que denomina como sistema mundo-capitalista .

“El concepto de clase es muy diferente del de pueblo (…). Las clases son categorías “objetivas”; es decir, categorías analíticas, manifestaciones de las contradicciones de un sistema histórico y no descripciones de comunidades sociales” (Wallerstein,, 1991: 132).

Los tres modos identitarios que encuentra (raza, etnia y nación, que a la vez se desprenden de la noción de pueblo) son sistemas ideológicos que produce el capitalismo con la finalidad de reproducir las relaciones de explotación de lo que él llama el sistema mundo-capitalista . Si lo comparamos con Barth observamos que, mientras para el último no existe una identidad “ideal”, ya que puede asumir varias formas respecto de un otro que puede mutar históricamente, Wallerstein, situado en el materialismo marxista, postula la existencia de una identidad realmente “objetiva” determinada por las condiciones materiales que develaría las relaciones de explotación. Y mientras se asuman situaciones diferentes (a las representaciones “objetivas”) según su visión, se estará en una situación de “falsa identidad” (con todas las críticas que se le puedan hacer a este razonamiento) en las que tanto el nosotros como el otros que se formen no serán mas que modos de representar una identidad difusa en beneficio de quienes se apropian de la fuerza de trabajo de los explotados.

6.
Más allá de las diferencias entre estos autores, deberíamos hacer eje sobre la funcionalidad que la creación de un nosotros y un otros tiene con respecto a un orden establecido que no se desea transformar y cómo un grupo o clase particular puede aprovechar esta situación. Como bien señalan Anderson y Wallerstein el nacionalismo es uno de los principales referentes a la hora de construir una identidad y por lo tanto un límite que define una serie de valores afines a un grupo hegemónico.

“Nación y tradición son recortes de la realidad, categorías para clasificar personas y espacios y, por consiguiente, formas de demarcar fronteras y establecer límites. Ellas funcionan como puntos de referencia básicos en torno de los cuales se aglutinan identidades. Identidades son construcciones sociales formuladas a partir de diferencias reales o inventadas que operan como señales diacríticas, esto es señales que confieren una marca de distinción” (Oliven, 1997: 129).

El problema que deberíamos resolver entonces es la vinculación que estas teorías o posiciones con respecto al fetichismo y la identidad tienen en relación a los discursos sobre el delito, y cuál es el lugar del límite en este análisis.

7.
Fetichismo, delito y entrevistas.
Tener en cuenta estas relaciones nos permite acercarnos de otro modo al discurso de los sujetos entrevistados. Un buen análisis de entrevistas no estaría entonces simplemente centrado en dar cuenta descriptivamente lo que los sujetos (ya sean “vecinos”, “comerciantes”, participantes de algún foro sobre seguridad, etc.) describen como inseguridad o delito, sino en poder analizar tanto las condiciones a partir de las que estos sujetos producen sus enunciados sobre inseguridad o delito, así como en poder evidenciar los “significados” que estos discursos “ocultan”, las cadenas asociativas que construyen y la “eficacia” que puede existir tras éstos. Es decir, establecer las relaciones que existen entre los referentes identitarios tras los que se reúnen (raza, nación, genero, barrio, etc.) y la función que éstos cumplen en relación al otro al que se describe como delincuente.

8.
Por ejemplo, si un entrevistado al hablar sobre delincuencia remite en su discurso a “gente rara” o “personas extrañas”, la tarea será deconstruir los significados que este concepto puede tener para esta persona (en un contexto social determinado) y las condiciones que hacen posible la producción del mismo (es decir, desde dónde y a partir de qué). Asimismo cuál sería el grupo beneficiado con la naturalización de este tipo de categorizaciones y por qué causas. Es decir, si hay “gente rara” es porque en el imaginario de estas personas existe “gente normal”, y toda identidad considerada “normal” en relación a otras, es necesariamente hegemónica. Por lo que habrá, en este caso, un grupo que de algún modo estaría obteniendo un capital simbólico al sentar las categorías propias de la distinción (Bourdieu, 1979).

9.
Esto puede observarse bien en la propuesta de Esther Mádriz, ya que su análisis sobre el delito no se centra exclusivamente en las distintas definiciones que pueden dar sus entrevistadas sobre el mismo o en el análisis de los datos obtenidos sobre éste, sino en poder, a partir de las entrevistas y datos obtenidos, reconstruir una cadena discursiva que toma en cuenta las condiciones de producción y explica la función que cumplen en un universo de análisis más amplio que asume la sociedad como una esfera económico-política. Es así que para ella los discursos que sitúan al “espacio público” como uno de los principales problemas constituidos en el imaginario social respecto a la inseguridad responden mas a una situación en la que el “espacio privado” se constituye como el lugar por excelencia para el mantenimiento de un orden naturalizado y no se corresponden con los datos de la realidad: la tasa mas alta de delitos contra la mujer se produce en su propia casa y no en la calle como suele pensarse.

10.
Lo mismo hace Stella Martini tomando en cuenta los medios de comunicación (Martini, 2002) ya que, tras su descripción sobre el modo en que los medios organizan las noticias sobre el delito se propone “analizar las modalidades a través de las cuales las noticias sobre hechos “policiales” aportan a la normalización de los discursos hegemónicos, se constituyen en potenciales relatos de control social al expresar la necesidad de vigilancia y de “mano dura” y justifican prácticas y políticas de exclusión”. O sea que los discursos sobre delito e inseguridad estarían en relación a “otra cosa”, en todo caso un problema en el que la “variable de clase (sería) la articuladora central” (87-88).

11.
Si los entrevistados apelan a su nacionalidad al diferenciarse de un otro delincuente, habrá que establecer qué existe detrás del uso de esta nacionalidad en la diferenciación. No hay que olvidar, que 1- por un lado, la “orientación de valores básicos” (Barth, op. cit) es uno de los elementos esenciales para la diferenciación de un otro y 2 -que la nacionalidad es “un artefacto al servicio de las clases dominantes” (Anderson, op.cit), pero 3- tampoco se puede dejar de tener en cuenta que según Wallerstein (Op. Cit) toda nacionalidad está encubriendo la explotación capitalista ya que pone al servicio de un tipo de identificación una maquinaria que tiene por finalidad la extracción de la fuerza de trabajo.

12.
De este modo, la puesta en funcionamiento del análisis sobre el fetichismo puede servirnos para observar que los imaginarios o verosímiles asumidos socialmente y las relaciones que esconden en primera instancia pueden reconstruirse yendo mas allá de su simple descripción y poniendo en relación otras variables que no emergen inmediatamente. Asimismo, para observar los modos en que los sujetos se agrupan identitariamente para fijar límites en la construcción de un otro (estén dados por una nacionalidad, una raza, un género, un barrio, etc.), los valores que se asocian a estas definiciones y la relación con respecto a la exclusión de un otro. Si estos valores son simplemente el lugar que constituye la exclusión (análisis simbólico) o si estos valores son el encubrimiento de otras variables que existen por detrás como las de clase y la explotación (análisis materialista) dependerá del tipo de abordaje específico y la bibliografía elegida así como la elección epistemológica que cada uno asuma como propia.


Bibliografía.
ANDERSON, Benedict: (1993). Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. F. C. E. México; 1983.
BARTH, Fredik (1976). Los grupos étnicos y sus fronteras. F. C. E. México; 1969.
BOURDIEU, Pierre (1979). La distinción: criterio y bases sociales del gusto. Ed. Taurus. Madrid.
FREUD, Sigmund (1997). Obras completas. Tomo II. Losada. Madrid. 1894.
FREUD, Sigmund (1983) La interpretación de los sueños. Ed. Biblioteca Nueva, Madrid.
LACAN, Jacques (2002). Escritos 1. SXXI, Buenos Aires.
MARTINI, Stella (2002). “Agendas policiales de los medios en la Argentina: la exclusión como un hecho natural”. En Gayol, S. Y Kessler, G. (comps): Violencias, delitos y justicias en la Argentina, Bs. As., Manantial/UNGS.
MARX, Karl (1980). El capital. Ed. Ciencias Sociales, Habana.
OLIVEN, Rubén George (1997). “Nación e identidad en tiempos de globalización”. En Globalización e identidad cultural. Compiladores: Rubens Bayardo y Mónica Lacarrieu. Buenos Aires; Ciccus.
WALLERSTEIN, Immanuel (1991). Raza, nación y clase. Indra Comunicación, Santander.

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